
Como de casta le viene al galgo, yo me crié, desde que tengo uso de razón, rodeado de perros de caza. La mayoría de ellos pertenecientes a la casta mediterránea de los podencos; ya fuesen rojos conejeros andaluces o berrendos y blancos cordobeses de montería. También tuvimos y aún conservamos en nuestras perreras una línea única, de nuestra factura. Un cruce legendario invención de mi padre que llevamos seleccionando y trabajando la friolera de casi cincuenta años: cruzados de gran danés con podenco campanero. Cruza pulida por generaciones de selección funcional que, remontándonos a las pruebas gráficas y pictóricas, se acerca mucho más a la casta alánica original de los molosos de caza europeos, de la que forman parte el propio gran danés y el alano español, que aquellos gran daneses campeones de pisa-moqueta, que arrastran linfáticamente los excesos de una selección inútil para vanagloria de unos propietarios orgullosos de su ignorancia. Es así, pues, que este cruce que retrotrae al también llamado dogo alemán a sus orígenes venatorios, liberándolo de las taras de la selección estética, se caracteriza por dar perros con mucha talla, de constitución atlética tapizada por un inconfundible manto arlequinado, potente mordida y firme presa, rápidos y punteros en el alcance, excelentes buscadores y rústicos ante la fatiga; recios. Duros.

Los perros que criamos en Fuente de la Higuera siempre tuvieron mucha fama, pues mi padre se preocupó siempre de tener buenos ejemplares de contrastadas líneas cazadoras, y, consecuentemente, de cazarlos mucho; probando su valía y seleccionando sólo reproductores excepcionales en el campo. Yo, como continuador de su legado, he seguido sus pasos. De esta forma, generaciones de cazadores han ido sucediéndose en nuestra casa, siempre a la búsqueda de la excelencia; y junto con su genética han ido sucediéndose, también, sus mismos nombres, por tradición y por conservar el recuerdo de los grandes que se iban. Así, tanto para nosotros como para la gente que nos conoce, ya son míticos los Sacha, Cuqui, Bobi, Tigre, Marqués, Canela, Rambo, Ligero, Chula… y algunos otros.
En cuanto a la raza que es pasión de mi vida y protagonista de mi historia y de la de éste blog, el alano español, yo había escuchado de siempre a los viejos de mi aldea hablar de ellos. Allá por el año 1996, pude ver en una revista canina unos perros de presa imponentes, de cabezas braquicéfalas y ojos dorados que me enamoraron en el acto; siendo en ese momento cuando quedé para siempre envenenado por la magia legendaria del alano. De estas, empecé a interesarme e investigar más y más sobre la raza; ya que dada mi juventud y ausencia de liquidez, tenía que conformarme con libros y revistas; así como en los comienzos de la era de Internet con un foro especializado en el alano, en el que, si bien aprendía, también se conocían maleantes de todo pelo y condición. Así pues y a diario, daba mil y una vueltas por las secciones de anuncios de las revistas cinegéticas y caninas, así como por Internet, buscando cachorros de alano a precios asequibles que me pudiese permitir; lo cual era algo bastante improbable aunque mi afición siempre pudiese más que la propia lógica.

De esta forma, indagando, llegó un día en el que, hará unos diecinueve años, di con un anuncio de un matrimonio de Gijón que regalaba un alano por no poder atender al animal ante la inminente venida de un hijo. Este perro, llamado Sur, había sido adquirido por ellos en un viaje a Andalucía. Tenía su pedigrí en regla, y a los pocos días de contactar con sus propietarios ya estaba en mi casa. Había cumplido el primer paso de mi sueño. Mi nuevo alano ya alcanzaba el año y medio cuando lo adquirí y nunca había cazado; de tal forma que empecé a llevarlo con los otros perros para comprobar sus instintos y potencial. Así pues, Sur enseguida empezó el aprendizaje y probó la sangre; y si bien no resultó tan espectacular como lo que tengo hoy en mi casa, el can funcionó baste bien pese a sus tardíos inicios.
Transcurrido un tiempo, compre una perra que me vendieron como alana en el País Vasco. Sin embargo, cuando la perra llegó a mi casa, se parecía a cualquier raza menos a un alano español. Ante mis quejas, el criador contestó que no se trataba de una alana sino que era de la raza de presa más ligera que llaman Villano, con bastante asiento en el norte de España. Cuando el animal creció, tenía mucha más similitud con un perro pastor que con uno de presa; pese a su capa atigrada se acercaba mucho más al aspecto de un pastor belga. Funcionaba para la caza, pero desde luego no era una alana. Fue ahí cuando comprendí que no es oro todo lo que reluce en el mundo del perro…