Historia de una vida con Alanos (parte I) por Alanos de Fresdelval

    Dante de Fresdelval, un excelente agarrador que nos dejó siendo aún joven.

    En primer lugar, he de decir que, cuando comenzó esta historia, eran otros tiempos; tiempos de infancia y de juventud. Tiempos de aventura. Ahora, vista atrás y desde la experiencia que da la madurez, sólo me queda recordarlos con añoranza y la punzada del sentimiento, siempre con el tremendo orgullo de saber que, gracias a esta historia, hoy soy el hombre que soy.
    Desde niño, sentí la llamada agreste del campo; de la Naturaleza y sus animales. Recuerdo que mis pensamientos siempre volaban al modo que más me permitiera tener un contacto directo con esa Naturaleza fascinante, con la magia de los animales que veía en el campo, en las láminas de las viejas enciclopedias, con la implacable y trágica belleza de su Ley máxima, comer o ser comido; despertando en mí la ancestral pulsión venatoria que llevó a nuestra especie a conquistar las llanuras y los polos. Por supuesto, el engarce perfecto, milenario que unía la pasión natural y la cinegética, se ponían en comunión en un animal, cincelado por años de selección: la joya de ingeniería genética que es el perro.
    Envenenado ya sin remedio por la pasión de la caza y el perro, ya me aprendía, con la poderosa memoria de la juventud, todas las razas caninas conocidas en el momento; su historia, sus funciones zootécnicas, sus formas y sus estándares. Recuerdo con frescura cómo unos amigos de la familia, cazadores de pura cepa, me dejaban sacar al campo a sus majestuosos Setter y a su portentoso Braco, pudiendo deleitarme con sus esculturales muestras; grabando a fuego en la retina de aquel niño que era entonces la belleza y la emoción de la cacería junto a los canes con siglos de generaciones seleccionadas para tal fin latiendo por sus venas.

    Así pues, ya cazador de vocación, con tan sólo siete años, hice mi primera incursión en campo abierto en busca de la perdiz y el conejo en compañía de dos Pointer, el rey de los vientos. Poco tiempo después , también volqué mi pasión sobre los ríos y los cuerpos de agua, aficionándome a la pesca, juntando en casa hasta cinco cañas de pescar para diferentes modalidades y especies. Como os cuento, todo lo que olía a naturaleza y libertad me atrapaba como a cualquiera de sus fascinantes criaturas. La pura libertad de volver al origen, a la soledad de las sierras y los descampados; de los arroyos y bosques. La libertad del ancestro cazador junto al más antiguo aliado del hombre. Con doce años, me echaba con los amigos las mochilas a la espalda, las tiendas de campaña y tirábamos «pal» monte, hacia una de las sierras más bonitas que hay en mi provincia.

    Entrados ya plenamente en España los tiempos de la era informática, pude, a través de la gran difusión informativa que permite Internet, profundizar hondamente en mis conocimientos cinófilos y venatorios; compartir con otros aficionados conocimientos, experiencias y sensaciones, pulir mi gusto por unas u otras de las muchas modalidades de cacería y, evidentemente, de las razas que mejor se adaptan a una u otra, desde los más generalistas y adaptables hasta las castas más especialistas. Gracias a ello y a los insustituibles libros y tratados, devoraba literalmente cuanta información cinegética y canina caía en mis manos. Poco a poco, concreté mis metas venatorias hasta dar con la que más me satisficiese. Fue entonces cuando, en plena era tecnológica, la respuesta última me la dio un antiguo tratado; una joya medieval del Siglo XV, conservada en el Museo Británico y rescatada para su edición por el Duque de Almazán en el año 1936, el ‘Tratado de la montería’.
    En él se describía la antigua Iberia de nuestros ancestros, un inmenso coto poblado de especies cinegéticas donde destacaba una casta canina cuyos ecos resonaban hasta la lejanía de las invasiones germánicas tardorromanas; la punta de lanza de las jaurías nobiliarias y el que con más arrojo retaba a cuantas piezas hubiera que derribar, fuese a flecha o venablo: el perro de presa patrio por excelencia ya conocido en tiempos como alano. El representante ibérico de la casta molosa de cacería que regó toda Europa y hasta las islas británicas con su genética única. Un animal seleccionado para combinar una morfología atlética con la contundencia de una musculatura imponente, vertebrado sobre un lomo largo, recto y poderoso, sostenido por fibradas patas de ligeros pies que le permitían volar por el monte y aguantar el envite de las reses, todo ello coronado por la más notable de sus características; una poderosa cabeza de tremendas quijadas y compacto hocico, ofreciendo una superficie ancha de mordida para el agarre, el cual permitiera una presa segura hasta la llegada del cazador dispuesto para el remate.

    «Wengué», un muy buen apresador


    Muchas razas, en definitiva, son abanderadas de la cultura cinegética española; desde el omnipresente podenco hasta el veloz galgo, pasando por el fiel perdiguero y el sabueso de la cornisa cantábrica; pero es sin duda el alano el más valiente y arrojado de todas nuestras castas venatorias: el que debe y puede llegar hasta el final, hasta el crítico y dramático cuerpo a cuerpo frente al majestuoso venado, el guerrillero jabalí y en tiempos más remotos depredadores de la talla del oso pardo o el lobo. Esas características de valentía y especialización en el remate al arma blanca, hicieron que encontrara en el alano español al aliado perfecto para mi proyecto.


    La caza, como os cuento, es algo más que una simple palabra para un servidor. Para mí, ver los perros trabajando en el monte es algo por lo que realmente me siento vivo y libre. En su disfrute, en su afán cazador e instintivo, disfruto yo de la misma manera que ellos, admirando sus portentosas capacidades predadoras, estremeciéndome de orgullo por sentirme parte de la misma manada como líder y encabezando su aventura; viviendo los mismos peligros, las mismas fatigas y la misma satisfacción y deleite en los innumerables lances que ya a día de hoy, guarda mi memoria. Es, precisamente, ver un lance con alanos lo que más de entre todas las vivencias cinegéticas que he podido experimentar, la que me hace sentir con más intensidad la fuerza de la Naturaleza, la adrenalina que sin duda debieron sentir nuestros ancestros recorre todo el cuerpo, disipando cualquier cansancio del duro montear el contemplar, como testigo privilegiado, la noble y cruda lid entre unos canes creados por y para tal menester, contra un animal salvaje y poderoso, que además juega con ventaja en su terreno y al que los perros de presa han de rendir y someter hasta la llegada del perrero con la hoja que rubrica el fin del lance. Eso es, para mí, es la caza en su estado más puro.
    Como se hizo siempre. Perros y cuchillo…

    Germán de Alanos de Fresdelval.

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