La alianza entre el hombre y el perro, versión doméstica y adaptada del Canis lupus a las necesidades del Homo sapiens, es casi tan antigua como la historia misma de la humanidad. Simbiosis esta, originada por la necesidad básica y común a todos los seres vivos de procurarse la obtención de alimento invirtiendo la menor cantidad de energía posible; y que llevó a los cazadores-recolectores en el albor de nuestra aventura como especie a ganarse la confianza primero, y a dirigir la reproducción selectiva después, del lobo gris holártico. Son múltiples las teorías sobre este acercamiento y abundantísimas las fuentes arqueológicas, distribuidas por numerosos y alejados puntos del planeta. Pero, lo único verdaderamente irrefutable es que, ya fuese por espontánea relación simbiótica de ayuda mutua e interesada en la caza o por planificada recolección de cachorros por nuestros ancestros para criarlos en el seno de los clanes, tanto el hombre como el lobo se sirvieron de las habilidades cinegéticas del otro para facilitarse la tarea nutricional. Múltiples e interesantísimas son las teorías acerca de este singular acercamiento interespecífico (quizá de los más exitosos entre dos vertebrados superiores) las cuales dejamos al estudio, interpretación y disfrute del lector.

Con el correr de los siglos, y resumiendo en un flash lo que fueron milenios de selección zootécnica instintiva, los distintos grupos humanos que integraron al lobo entre sus filas de cazadores a cambio de un sustento seguro y fácil para el gran matador social, no hicieron sino adaptar la selección natural de las especies a sus propios objetivos; configurando de esta manera un tipo de animal que, si bien mantenía las utilísimas cualidades depredadoras por las que al hombre interesaba su compañía y manutención, se adaptaba a diferentes utilidades a medida que se descartaban unos ejemplares y se empleaban otros para la reproducción en base a la tarea asignada. Presumiblemente, en un comienzo, por las innatas aptitudes que presentara uno u otro animal para diferentes acciones; detalle que no pasaba inadvertido al observador cazador paleolítico ni al sufrido ganadero sedentario de los comienzos de la civilización. Es aquí, cuando el hombre modifica a base de crianza selectiva la fisionomía y la psique del lobo para ponerla a su servicio, cuando podemos empezar a hablar del perro (Canis lupus familiaris), en el pleno sentido de la palabra.
De esta forma, con el correr de la selección humana ejercida sobre el primitivo perro, cuyo reflejo más cercano en la actualidad pasa por el Dingo de Oceanía (más conocido por australiano) y por los perros paria que acompañan a las sociedades aún hoy tribalizadas, encontramos que entre las diferentes castas caninas que se van desarrollando son mayoritarias aquellas que se destinan a la original función cinegética. Así, va alcanzando, por qué no decirlo, la categoría de verdadero y refinado arte la especialización a la que el hombre somete al perro a lo largo de los siglos bajo el criterio ancestral de la caza; obteniendo grupos funcionales diferenciados y razas especializadas dentro de los mismos para cubrir incluso el más sutil oficio que requiera la labor del perro en la actividad venatoria. Desde las fauces de acero de los molosos; empleadas tanto para proteger bienes y greyes como para atacar a las piezas en el monte, a los omnipotentes podencos, pasando por los velocísimos lebreles y los portentosos olfatos de los sabuesos, la compacta temeridad y arrojo de los terriers y alcanzado precisión de relojero con los finos quehaceres de los perros de muestra y cobro.

Como hemos apuntado, una vía de selección funcional seguramente prioritaria fue la de dotar al perro de mayor poder de mordida, su arma natural. Ya fuese para asegurar el sustento de la comunidad de manera directa o suplementaria, el hombre, a lo largo de los siglos de domesticación canina, tuvo siempre clara la necesidad de contar con una casta verdaderamente especializada en su fuerza y poderío. Así nació, de esta manera resumida, la exitosa estirpe de los molosos; bautizada en honor a Molosia, la histórica región griega en la que legendariamente se originaron este tipo de canes.
Fijada la primigenia especialización en poderío físico y craneal, se fueron diferenciando dos utilidades esenciales dentro de esta familia – más allá de su común función de guardería y guerra en ocasiones históricas – , funciones no siempre exclusivas e intercambiables en su nomenclatura racial según las distintas lenguas pero bien claras y establecidas, las cuales originaron dos subtipos a día de hoy – y ya en siglos pretéritos – perfectamente definidos. Por un lado y en presumible origen, los más primitivos mastines ganaderos, guardianes nómadas de los rebaños frente al ataque de predadores; y por otro, que es en el que nos vamos a detener, los especialistas cinegéticos llamados dogos o perros de presa, encargados del alcance y neutralización de las piezas de caza mayor para permitir un remate al arma blanca con el mínimo riesgo posible.
Es en este punto donde aminora la marcha nuestro viaje en el tiempo, y vamos acercándonos, ahora sí, al tema que verdaderamente nos ocupa, y que no es otro que una de las estirpes que el grupo de los dogos dejó en la península por las vicisitudes históricas que trajeron los últimos estertores del poder romano; y que no es otro que el viejo perro de presa ibérico, la raza conocida desde antiguo en nuestro suelo como alano – presumiblemente por su introducción hispánica por parte del pueblo homónimo – y al que en su renacer a finales del siglo pasado se le añadió el gentilicio, por la amplia historiografía y fuentes que en nuestro país atestiguan su existencia, de alano español.
Con estos mimbres, llegamos hasta el período histórico en el que debieron originarse los ancestros de nuestra raza. La fijación racial del alano como población canina diferenciada, debe situarse en torno a los Siglos IV y V de nuestra era. Momento convulso para la civilización grecolatina, en el cual las fronteras del mundo controlado hasta entonces por Roma se fragmentaban en un mosaico donde cada tesela correspondía al dominio territorial impuesto por las diferentes tribus de origen germánico u oriental, las cuales habían terminado penetrando en el Imperio Occidental por presión de la avalancha incontenible de los feroces hunos; como forzosos refugiados en un primer momento, como aliados circunstanciales después y, finalmente, como herederos naturales de la jurisdicción de los Césares debido tanto al ímpetu de la conquista de nuevas tierras en las que asentarse como a la total decadencia a todos los niveles de la sociedad romana.
Así pues, muchos pueblos de estos orígenes se adentraron en territorio del Imperio Occidental, cada uno con sus propias costumbres, lengua y leyes; batallando en muchos casos tanto entre sí como junto o frente a la moribunda Roma. Sin embargo, dentro de este crisol nos atañe especialmente un pueblo de ancestral tradición nómada ganadera y guerrera; una estirpe de difusos orígenes germánicos o iranios – en cualquier caso, de procedencia bastante oriental respecto a Europa – los conocidos por las fuentes históricas y la tradición como alanos.
Difiere la historiografía a la hora de determinar con exactitud el solar ancestral de esta nación bárbara; pudiendo aseverarse únicamente que procedían de los terrenos circundantes al Mar Negro, de los que fueron desplazándose, como ya se apuntó, por el empuje de la poderosa caballería esteparia huna. Fue por esta forzada diáspora que un número significativo de clanes alánicos – como le ocurrió a tantos otros pueblos de la Europa oriental – fueron penetrando intermitentemente las fronteras del Imperio en torno a los Siglos II y III d. C., por las zonas pantanosas del Danubio y por el Rin en reiteradas incursiones y choques contra las ya devaluadas legiones romanas; consiguiendo finalmente en torno al 406 y tras un largo y belicoso periplo por la Galia y en el norte de Italia, cruzar los Pirineos junto a suevos y vándalos para establecerse en la diócesis administrativa de Hispania. Concretamente y tras pacto con la autoridad imperial en el 411, los alanos establecieron su señorío territorial en las provincias Lusitania y Cartaginense; colapsando la organización y el funcionamiento del arraigado sistema romano en la península. Es tal la caótica situación de la Hispania fragmentada por las tribus del Este, que en el 417 Roma pacta con los poderosos visigodos germánicos la expulsión de las mismas; siendo completamente derrotados vándalos y alanos al año posterior y exiliándose al norte de África los restos de sus poblaciones ibéricas.
Así con todo, en el inestable pero intenso peregrinaje de supervivencia que protagonizó el pueblo alano desde su estepa natal hasta la fértil Piel de Toro, llevaron consigo, como pueblo ganadero y cazador que eran, aquellas poblaciones de animales domésticos o semidomésticos de las que se valían ancestralmente y que eran sustento de su cultura original; como igualmente debieron hacerlo no sólo los alanos sino el resto de pueblos orientales y germánicos. Si bien, es notable la circunstancia de que ha sido su gentilicio, y no otro, el que ha permanecido asociado indisolublemente a la casta canina de los perros de presa que, en su transcurrir europeo, fueron dejando estas invasiones por aquellos territorios del Imperio en los que iban asentándose y haciendo, en mayor o menor medida, acto de presencia e interacción. No es, o no debe ser por tanto casual – pese al carácter de mera conjetura que tiene cualquier reflexión científica alejada del ámbito académico – la asociación entre el pueblo alano y los especializados molosos de presa.
Realizando un apasionante ejercicio de imaginación, podemos determinar que, si bien de todas las tribus bárbaras que invadieron el Imperio Occidental no fueron los alanos los únicos especializados en la cría de un tipo canino molosoide especialista en la caza y agarre de grandes animales, sí podemos aventurar – pues la nomenclatura, tipología y función zootécnica de este linaje canino a lo largo de toda Europa así nos lo demuestra – que fueron los alanos nación de notable renombre en el arte de la cría del perro de presa; muy posiblemente afamados entre los demás pueblos de su ámbito cultural y aún de los propios romanos. Valgan como ejemplos – con nuestro protagonista el alano español al frente – el alaunt medieval francés y su presumible descendiente, el dogo de Burdeos, el Gran danés o Dogo alemán – denominado en italiano alano tedesco – , el extinto bullenbeisser germano, el Bóxer, el Cane corso, el Mastín Napolitano, el antiguo Bulldog inglés y un nutrido etcétera de razas de mayor o menor antigüedad que, sin duda, son buena muestra del arraigo que la estirpe canina de presa traída desde el Este por estos aguerridos pueblos alcanzó en suelo occidental en tiempos del Bajo Imperio.

En referencia estricta a las sangres que pudieron aportar su carga genética al alano como raza diferenciada del resto de molosos, es bastante probable que al dogo original; animal macizo y potente, de estatura media y cabeza cuboide especializada para la presa, se le añadieran sangres de perros ligeros como los distintos tipos de lebreles existentes, para combinar dicha potencia con ligereza de pies a la hora de dar alcance a las reses.

A la hora de definir el carácter funcional del alano español, podemos marcar como rasgos fundamentales una gran temeridad a la hora de lanzarse al agarre frente a oponentes tan duros y peligrosos como el jabalí o el ganado bovino. Temeridad en la caza que se contrapone en perfecta armonía con un gran temple y nobleza para con sus congéneres y el hombre.
Pese al recurso habitual de clasificar al alano como un perro de agarre, lo técnicamente correcto sería decir que se trata de un perro de sujeta. Esto es debido a que si bien el agarre como hecho de morder una pieza para inmovilizarla es un instinto predatorio natural común a todas las razas y que, en mayor o menor grado, se despierta durante el lance, la sujeta es una selección perfeccionada de este instinto por el cual la tendencia del alano es aplicar la presa en las zonas de la anatomía en las que se le causa a la res el menor daño posible; sea hocico, orejas o carrilleras. Así mismo, es fundamental señalar con rasgo de identidad racial la llamada doble palanca, siendo la manera característica en que el Alano Español – y otras razas que portan su carga genética – realiza la función del agarre y que lo diferencia de otras razas de presa que puedan emplearse para estos menesteres. Consiste, pues, la doble palanca, en ejercer específicamente una doble tracción biomecánica para rendir a la pieza una vez fijada la presa, ejerciendo fuerza de mordida desde el cuello al pecho poderoso y fijando abiertos los cuartos delanteros al suelo, ganando tracción y aplicando todo el peso corporal del propio can al agarre; así como, en esta posición colgante y fija al piso, ejercer fuerza de tiro mediante contracción de la línea dorso lumbar hasta los cuartos traseros. Para llevar a cabo este agarre especializado, el can debe presentar unas condiciones morfológicas determinadas al servicio de tal instinto seleccionado durante siglos.
Los usos de la caza a lo largo de los siglos cambiaron de forma radical cuando se generalizó el uso de las armas de fuego en la actividad cinegética. Hasta entonces y desde la noche de los tiempos, la caza mayor se realizaba a perro y cuchillo o lanza, o bien armas de proyectil como arcos o ballestas; dependiendo de factores como la modalidad o el terreno. Con el advenimiento de la pólvora, el papel preponderante de los perros de presa como garantes de la seguridad de los cazadores y del resto de la jauría en el remate de las piezas, se vio relegado hasta su casi total desaparición del mundo venatorio; problemática presente aún en nuestros días con especial notoriedad, pues si bien ha habido un resurgir de las modalidades tradicionales y la belleza y épica del perro de agarre sigue viva en la montería española, no es menos cierto que el diente del perro y el cuchillo se contraponen a los intereses comerciales de los puestos, donde modernas armas de gran precisión compiten por abatir a las reses en busca de los codiciados trofeos. Ello no resta la necesaria presencia del perro de presa en las rehalas, asegurando con sus prodigiosas mandíbulas aquellos lances en los que la bala yerra o no es certera; debiendo entonces nuestros protagonistas asegurar el remate al perrero sin riesgo de vérselas con las navajas del macareno o la cuerna del venado. Así y con todo, todavía quedan cotos y cazadores amantes de los usos antiguos, en los que las cuadrillas de monteros amantes del alano podemos disfrutar plenamente de nuestros canes; practicando ganchos y batidas íntegramente a perro y daga.

Es de importancia señalar el uso ganadero de la raza, pues en el devenir de la misma tal empleo ha sido fundamental en la salvaguarda de sus poblaciones; siendo un verdadero salvavidas cuando la entrada en la montería de las armas de fuego relegó el papel de los perros de agarre a uno meramente testimonial. Las características que hicieron del perro alano predilecto de los ganaderos, mayorales y vaqueros de España para trabajar con el bovino fueron, como es deducible, tanto el potente instinto de presa para al que ha sido seleccionado durante siglos como la abundancia y abolengo de esta casta canina en nuestra patria, ligada a la mayor aún tradición con la que contamos en cuanto a la cría del bovino en extensivo, especialmente las reses de lidia bravas o semibravas. Ha sido por tanto el ganadero español, el guardián del tesoro cinófilo que es el alano tras su destierro del mundo venatorio; permitiendo que a día de hoy podamos disfrutar, tanto en la ganadería como en su retorno a las partidas de caza, de la estampa inigualable de nuestro viejo perro de presa ibérico en lid con las bestias salvajes o domésticas.
Tal es así, que puede darse una distinción clara entre las líneas del alano español empleadas para la ganadería o para la caza; y, de la misma manera, definir junto con los subtipos morfológicos a las dos funciones zootécnicas que han sido tradicionalmente la razón de existir de la raza en el solar ibérico:
– Alano ganadero:
Respecto del tipo cinegético, con pechos más anchos, de menor talla, con el centro de gravedad más pegado a tierra. Osamenta de mayor densidad pero respetando los caracteres raciales (antepecho, cuartillas finas y angulaciones); así como una grupa más descendiente y riñón más alto para hacer palanca. Hocicos más chatos y más compactos en general; siendo importante la corrección de las bocas, pues los ejemplares prognatos puede provocar desgarros en el ganado al perder la presa. El agarre se produce en la oreja, en la carrillada o en el hocico de la res; aunque siendo indeseable este último por la sensibilidad de dicha zona de mucosas, que puede provocar considerables lesiones al ganado dificultándole la alimentación.
Su funcionalidad era empleada en lugares y frente a animales para los que se precisaba una carrera corta y un importante poder de neutralización, mediante mayor volumen y potencia; siendo el perfecto ejemplo los corrales de los mataderos en los que el número de reses precisaba de mayor velocidad en el agarre en sí que en la carrera; para permitir a los matarifes actuar con la mayor celeridad y eficacia posible; como magistralmente nos describe Cervantes en su ‘Coloquio de los perros’ . Así mismo, en el trabajo de campo, el alano cuenta con la ayuda de los perros de carea para parar y aislar las cabezas objetivo del agarre.
– Alano montero:
Las líneas venatorias presentan por lo general una mayor influencia de lebrel o una selección más enfocada en el equilibrio potencia – ligereza, al ser necesario en el monte y ante las veloces presas salvajes contar con buenas aptitudes para el trote de fondo y la carrera explosiva. Nos encontramos, por tanto, con un perro más despegado del suelo, de osamenta más ligera; aunque siempre manteniendo la robustez muscular y la potencia propia de la raza. La tendencia a la braquicefalia es menor, encontrándonos con animales de cuello fuerte y antepecho poderoso; ganando con ello potencia en los arranques sin perder tracción en el agarre, pues estos canes entran al lance ciegos, sin vacilar, buscar ventaja ni aliviarse. Una vez fijada la presa, tiende a ponerse en paralelo al jabalí para evitar los letales derrotes que este lanza; siendo los puntos de agarre, como ya se ha apuntado, las orejas, la jeta y las carrilladas.
Volviendo a subrayar la principal característica del alano montero, se precisa para esta dura actividad de perros más completos y menos especialistas; siendo conveniente que, además de ligereza y velocidad, cuenten con una mordida de acero y buenos vientos. Deben ser estas las cualidades ideales del Alano Español criado y seleccionado para la caza mayor, pues ha de localizar, alcanzar y someter animales salvajes, curtidos y resabiados por la implacabilidad de la mejor maestra en supervivencia como es la propia naturaleza.
Es estampa típica el acompañar a los alanos de perros punteros y levantadores, siendo la raza predilecta de la montería española el podenco andaluz de talla grande; en pureza o en sus diferentes cruces. Son estos los encargados prioritarios del alcance y del acoso de las presas a parado, dejándola a punto para la intervención contundente y velocísima de los alanos en el agarre primero, y del cazador en el remate después; concluyendo el lance con la mayor celeridad y limpieza posible, ahorrando sufrimiento a la res y salvaguardando la integridad física de la rehala. Como se mencionó, no es frecuente la presencia de numerosos perros de agarre en las grandes monterías por la prioridad de los puestos, más sí es preciso apuntar, a modo de conclusión, que cuando las cosas se complican es precisa la intervención en la jauría de tres o cuatro alanos que, en caso de haberse acorralado un navajero, pueden salvar la vida y la salud de muchos compañeros de rehala incluso de los propios rehaleros a la hora de rubricar el lance; siendo en estos épicos finales donde el alano español desempeña su función al máximo nivel.
En conclusión, y a modo de reflexión final a esta exposición del Alano Español, no nos queda sino hacer un llamamiento a no olvidar. A que todos aquellos amantes de la raza en su versión más pura y auténtica, que es aquella dedicada, seleccionada y criada para las funciones zootécnicas que hemos descrito, recuerden y honren la labor de quiénes la esculpieron durante los cientos de años que hemos relatado a modo de resumen, pero que, si bien pueden plasmarse en unas breves líneas, estas condensan el esfuerzo de muchas generaciones de sufridos cazadores y ganaderos que nos legaron esta excepcional raza canina. Es por eso que los alaneros íntegros debemos perpetuarla tal y como la recibimos, buscando siempre la excepcionalidad de nuestros animales en el trabajo, sea ante el jabalí o el ganado; no dejando que las modas o las adulteraciones interesadas de la gloriosa historia o de la esencia última de nuestra querida casta alánica nos lleven por sendas equivocadas.
Larga vida al alano español.
Alaneros de Ley